lunes, 4 de enero de 2016

El día que perdí a mi hija (1)

Al principio me habría mostrado un poco reacio a que mi hija, la más inteligente de su clase, saliera con un sujeto como el que me presentó aquel día, un mequetrefe que se ganaba la vida tocando covers de Metallica y AC/DC en un bar del centro de la ciudad. Ustedes saben a que tipo de gente me refiero, esa clase de gente que puede pasar horas hablando sobre lo bueno que era Cliff Burton antes de ser reducido a atole Maizena por un camión.

En fin, al final accedí, en gran parte por que no quería volver a tener que golpear a mi mujer por entrometerse en una de las decisiones que como padre de familia me veo obligado a tomar cada cierto tiempo; también hubiera sido injusto ver al pequeño Jordan llorando otra vez, sólo una semana después de haberle tirado tres dientes de un balonazo mientras jugábamos futbeis.

Aunque lo deseaba como nada en el mundo, no era viable. En cambio, saqué un billete de 100 pesos de mi billetera bordada con el logo de los Orioles de Baltimore y lo puse en la mano del famoso "Mike". -No me importa a que hora traigas a Susan a casa, siempre y cuando sea lo suficientemente temprano para que alcances a comprarme dos cahuamonas Bud Light y unos Chesterfield mentolados en el Extra- acerté a decirle.

No había visto un escape echar tanto humo desde los tiempos que tomaba el Simon Bley para ir a la casa de la morrilla con la que vacilaba en la preparatoria, pero aun así no me sentí conmovido por el chico de chamarra de piel sintética y de cadena colgante a la altura del muslo, obviamente un ignorante del buen rock de verdaderas agrupaciones como las Águilas, Boston y el Kiss.

Una vez fuera de mi vista, me dispuse a seguir con el documental del History Channel que había dejado a medias antes de todo el cotorreo pre sabatino; carajo, de haber sabido que México había tenido a un presidente negro en el Siglo XIX nunca me hubiera ofrecido como funcionario de casilla y mucho menos hubiera aceptado el pedazo de pizza que me ofrecieron después de estar todo el día asoleándome a las afueras de la primaria "Benito Juárez".


Vicente Guerrero, primer presidente mexicano de ascendencia africana y pionero del Funk Renacentista.

Después de cuatro botes Old Style rojos que habían sobrado del sábado mi instinto paternal volvió a aflorar desde lo más recóndito de mi velludo pecho, fue entonces cuando decidí que sería mejor vigilar de cerca a ese nefasto vocalista sin talento mientras buscaba mi mejor sueter de rombos y gritaba improperios a mi señora por haber vuelto a dejar la tapa del excusado abajo.

Sin más preámbulos, encendí mi Chrysler Voyager modelo 1986 presionando un par de veces el gas con la suela de mi bota derecha, nunca olvidaré el bochorno que me produjo ver aquel medio boleto de "Jenny Rivera: La Gran Señora Tour 2005" en la guantera, el cual que había echo efectivo cuando mi esposa y yo cumplimos 10 años de habernos avecindado en aquel mugroso rincón de la Nuevo Hermosillo.

Primero fueron los nefastos faros amarillos de un grupo de Hondas tuneados los que turbaron mi vista mientras recorría apaciblemente el carril izquierdo del bulevar Rodríguez a las 12:00 horas de ese viernes, aunque después mi vista se centró en algo mucho más increpante, algo mucho más inquietante para un hombre que vivió la muerte de Pako Stanley y Selena sin derramar una sola lágrima.

Aquello era una figura que simulaba ser un varón que debía rondar los 30 años de edad, el cual se codeaba graciosamente con la guarnición de la banqueta vistiendo un atuendo que hasta a Lars Amstrong le parecería ridículo, ni las flasheantes intermitentes en la retaguardia de su bicicleta me hicieron quitar la vista del lema de su playera; "Yo no me como a mis amigos".

Sino hubiera sido porque en ese preciso momento empecé a escuchar el estridente sonar de la batería de John Bonham en el intro de "Rock and roll", tal vez no me hubiera detenido en el semáforo que apenas empezaba a parpadear en amarillo para seguir admirando tal mal-subsecuencia del haber prohibido los cintarazos a los hijos a temprana edad. 

No todo fue un completo desastre durante ese recorrido, ya que una vez instalada mi camioneta en la primera acera sin "viene viene's" que alcancé a divisar, me percaté de una pelea de indigentes, lo cual, aunque debo confesar que yo no soy partidario de la violencia, me pareció sumamente divertido, más aun porque ambos portaban playeras del América firmadas por sabrá Dios cuantos espermatozoides.


Imagen ilustrativa

Continuará...